Por Emilio Lenguazco Navarro
Poco a poco le he cogido el gusto a expresar mi opinión y es que lejos de ser un periodista o escritor, los minutos que dedico a estas palabras son la quimera para afrontar de la mejor manera posible los más de cuarenta días que llevamos confinados; así que aquí voy con la parrafada de la semana.
Ayer ya me quedé con ganas de dejarme caer por aquí para expresar lo que vi con mis propios ojos… Como os podréis imaginar me refiero al despropósito de ver a padres y niños concentrados en cincuenta metros cuadrados como si no pasara nada. A esos padres y sólo a esos os invito a dibujar en casa el arcoíris apocalíptico con el hasta #nadasaldrabien y cambiad el resistiré por la BSO del Titanic.
Obviamente si digo que no he salido de casa estaría mintiendo, claro que he salido de casa para hacer la compra y claro que he bajado a pasear a la perra (no la última semana pues he tenido el mayor cuadro ciático de mi vida). Pero también tengo que decir que he bajado con mascarilla, guantes, alcohol y todo lo necesario para no dejar huella de nuestra salida a la calle.
Cuando bajé ayer a la calle me quedé asombrado del volumen de gente por metro cuadrado, pero más aún me he quedado está mañana cuando he bajado bien temprano a pasear a la perra y vuelvo a ver el parque con bolitas de papel albal por el suelo, algún brick de zumo y un desorden propio de los días preconfinamiento.
Siempre suelo pasear minutos antes de que llegue el operario de limpieza. Un hombre que cada mañana tiene que agacharse a recoger la basura que unos han sido incapaces de recoger y que a mi parecer en todo este tiempo se le veía más feliz de poder cuidar el parque de una manera diferente.
No menos cierto sería obviar a los dueños de perros que pasan de recoger las mierdas de sus animales o los llevan sueltos cuando hay carteles con las normas. Ese tipo de gente de verdad que también me repugna.
Como he dicho en otros momentos mi cerebro ha pasado por todas las fases posibles desde la ira, el enfado, la negación, la aceptación y no sé cuántos estados más… Había llegado a un estado de paz mental sin dejar de pensar de lado mi humilde mente inquieta e inconformista. Por las mañanas he seguido y sigo trabajando y por las tardes sigo formándome para seguir ayudando a mis amigos y clientes.
Esto no va de izquierdas o derechas, esto tenía que ir de estar todos a una. De educación y civismo, de entender que esto ha cambiado para todos y no para todos por igual. Que hay gente que ha perdido a sus familiares, que otros no podrán levantar la persiana de su negocio y que otros ya están a la desesperada pidiendo recursos para poder llevar a sus familias adelante. Esa gente a la que estáis cabreando son la antesala de una revolución.
Pensad que, si ahora estamos adaptando comercios, hoteles, restaurantes, etc. con pantallas protectoras, máquinas de desinfección de ozono, escáner y medidores de temperaturas; es para garantizar la seguridad de TODOS. Aunque con todo lo visto ayer me parece que esas inversiones tienen menos vida que la adaptación de los locales de aquella famosa ley antitabaco y que pronto volveremos a la calle como siempre hemos hecho, mirándonos nuestro propio ombligo y entonces será cuando no hemos aprendido nada de todo esto.
Ahora más que nunca veo el aplauso como el opio del pueblo, pero quién soy yo para juzgar a nadie
¡Feliz semana amigos!